jueves, junio 26, 2025
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Dinastías en cámara lenta

El hijo del exgobernador de Querétaro Pancho Domínguez, publicó recientemente un video en el que anuncia la apertura de sus redes sociales para “darse a conocer”. El mensaje parece casual, incluso inocente. Pero detrás de esa narrativa amigable se esconde una vieja estrategia del poder: la construcción de relevos dinásticos.

En México, la política ha dejado de ser un espacio abierto al mérito para convertirse, cada vez más, en un terreno de herencias. El apellido pesa más que la trayectoria, y la historia se repite con una regularidad que raya en el descaro. El Estado de México es un ejemplo crudo: los Del Mazo han mantenido una línea de sucesión de tres generaciones en el poder. En Zacatecas, los Monreal han convertido el apellido en franquicia política y el caso de Andrés López Beltrán, hijo del expresidente López Obrador, no pasa desapercibido. No se trata solo de nombres, sino de redes, privilegios, acceso a recursos públicos y privados, así como posicionamientos mediáticos que ninguna persona común podría replicar sin el respaldo de una familia en el poder.

En esta lógica, el video del joven Domínguez no es una ocurrencia espontánea. Es el primer paso en una ruta que ya conocemos: visibilidad digital, simpatía en redes, luego alguna función partidista o una candidatura impulsada por los mismos grupos que gobernaron antes. Nada de esto ocurre al margen del sistema, ocurre gracias a él. Y ese mismo sistema ha sido cómplice al no establecer límites reales al nepotismo político.

El caso de los hijos del poder no es nuevo ni exclusivo. Claudia Sheinbaum, ya como presidenta electa, propuso una reforma para frenar este fenómeno, planteando que familiares directos no puedan ser candidatos inmediatos. Sin embargo, en febrero de este año, Morena, PRI y otros aliados decidieron postergar esa iniciativa hasta 2030. Así, la crítica queda en el discurso, mientras en la práctica se permite que el linaje siga marcando el camino hacia las boletas electorales.

Bajo esta lógica, la política en México corre el riesgo de volverse un juego cerrado, un circuito de élites donde el capital político se hereda como si fuera un negocio familiar. No se trata de negar los derechos de participación de nadie, sino de exigir reglas claras para evitar que los hijos del poder empiecen con ventajas que el resto nunca tendrá. Porque mientras uno construye influencia en TikTok con la seguridad de su apellido, otro —sin relaciones, sin acceso, sin respaldo— tiene que escalar con las uñas, si es que logra entrar.

El reto es cultural, pero también legislativo y partidista. De no cambiar la manera en la que se accede al poder, seguiremos viendo este mismo guion reproducido una y otra vez. Hoy se presenta como “juventud que quiere aportar”, mañana será precandidato, y pasado mañana, un funcionario más perpetuando el ciclo.

La política no debe ser un privilegio hereditario. El video del hijo de Pancho Domínguez es solo el capítulo más reciente de una historia que México parece condenado a repetir, si no decidimos, como ciudadanía, ponerle un alto.

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