por:Khalid Osorio
El Toque Critico
La postal no pudo ser más reveladora: automóviles varados, banquetas invisibles, torrentes de agua cubriendo el flamante Paseo 5 de Febrero, la obra insignia del gobierno estatal de Querétaro.
Lo que debía ser símbolo de modernidad e infraestructura de primer mundo, terminó anegado por una lluvia que, si bien intensa, no fue extraordinaria. Bastaron unas horas para que la millonaria inversión quedara convertida en una piscina urbana sin drenaje visible, y el discurso de eficiencia colapsara bajo el agua.
Desde su anuncio, la obra fue justificada como una apuesta por la movilidad del futuro. Se prometieron carriles confinados, pasos deprimidos, ciclovías y tecnología de punta para resolver uno de los cuellos de botella más problemáticos de la ciudad. Todo con una inversión estimada de más de 6 mil millones de pesos. Las molestias eran “temporales”, decían las autoridades; el beneficio sería “histórico”. Quien se atreviera a criticar el proyecto era tachado de retrógrada, enemigo del progreso o, peor aún, “político”.
Sin embargo, las voces críticas —ingenieros, urbanistas, vecinos, especialistas en movilidad— advirtieron desde el principio lo que ahora vemos materializado: una obra pensada para autos, no para personas; con soluciones de concreto, pero sin respuestas hidráulicas adecuadas. Se ignoraron estudios técnicos, se minimizaron los impactos ambientales y se decidió avanzar a toda prisa, más preocupados por las fechas políticas que por las lluvias estacionales. Y llegó la lluvia. Y con ella, la verdad.
Las imágenes no mienten ¿Qué falló? ¿La planeación? ¿La ejecución? ¿La supervisión? Lo preocupante es que nadie lo sabe con certeza, y lo más grave: nadie ha asumido responsabilidad. Al contrario, desde el gobierno se ensaya un guion conocido: “Fue una lluvia atípica”, “estamos trabajando para solucionarlo”.
Paseo 5 de Febrero debía ser una obra que mejorara la calidad de vida. Hoy es símbolo de opacidad, de improvisación y de lo que pasa cuando el cemento pesa más que la sensatez. Las inundaciones no son solo fallas técnicas: son síntomas de una política pública que se construye más para ser presumida en redes sociales que para resistir una tormenta.
Los funcionarios y entonces aspirantes a un cargo político se cansaron de vociferar los beneficios de la obra en proceso, el compromiso y la visión de futuro. Hoy muchos de ellos evitan hablar del presente.
Y en medio de todo esto, la ciudadanía sigue pagando: con impuestos, con tiempo perdido en el tráfico, con autos dañados, con calles convertidas en ríos. Ya no basta con que se inauguren obras. Hay que exigir que funcionen. Que respondan a las necesidades reales de la ciudad. Y que quienes las diseñan y ejecutan, asuman las consecuencias de sus decisiones.
Porque si después de miles de millones, seguimos inundándonos, entonces alguien no hizo bien su trabajo. Y no se puede ocultar el agua con propaganda.